No quedaba futuro. Se
había agotado entre las dunas amarillas, gastado en intentar arraigar árboles
de los que nada quedaba, en crear mares convertidos ahora en inmensas salinas,
en criar ciervos que pastasen en llanuras mojadas por la lluvia.
No quedaba futuro. Todo
el que tenía lo sentía escurrirse entre los dedos, cada milisegundo un granito
de arena cosquilleando su piel, resbalando por ella hasta que el viento se lo
llevaba. Lo dejaba irse, ¿qué hubiera podido hacer? Solo levantar la cabeza y
sentir el desgarrador brillo violeta del sol, una lluvia de radiación desnuda
cayendo desde un cielo azul, límpido como la superficie de un metal pulido.
Se movió arrastrando los
pies, creando surcos paralelos en el polvo amarillo. Ni siquiera sus huellas
durarían, el viento las borraría. La decepción no tenía límites, se sentía tan
vacía como aquella planicie que se
prolongaba dentro de su pecho hasta nivelar todos los resquicios, todas las
memorias y anhelos. Hubiera llorado, ríos de lágrimas que alimentasen aquella
tierra seca, surcos de dolor que arar y sembrar. Pero no… era imposible.
Tampoco quedaba por quien llorar: La familia estaba allá arriba, lejos, dentro
de unos de aquellos puntitos luminosos que poblaban el cielo. Tanto tiempo
lejos del nido -todos aquellos que había conocido- aguantando solo por el
premio: un planeta más y su deterraM, con la que podría hasta pretender hasta
una boda en el círculo interior. Todo
tan lejos, tan irreal ya.
El vehículo estaba parado
unos metros más allá, un obús de metal semilíquido que reflejaba en todas sus
superficies el brillo de un sol furioso, aniquilador. Por un momento, suspendió
el filtraje UV de sus pupilas y sus retinas protestaron ante el brillo
intolerable que se colaba en la cavidad ocular. Luz, el corazón furioso de una
estrella, fuego, colándose incluso a través de los párpados cerrados. Varios
índices parpadearon, los servos de protección insistían con señales luminosas
inducidas en la corteza visual. Activó el filtraje y volvió al vehículo
lentamente. Se dejó caer sobre el obús, una masa de metal gelatinoso que la
envolvió como si se sumergiese en mercurio, que pudo respirar y sentir
presionando delicadamente sobre todo su cuerpo. Afuera, tamizada por el metal
translucido, pudo seguir viendo el paisaje de arenas rojas, de rocas
descarnadas por el viento. De inmediato el obús se puso en marcha lanzando el
paisaje hacia atrás a velocidades de vértigo.
Los huesos pulidos de mil
estrellas eran su esqueleto, los guijarros redondeados de mil pulsos de
radiación, su sangre; su vista una panorámica de espacio-tiempo, un paisaje
fijo que solo cambiaba en la dimensión multilínea de las muchas posibilidades,
del azar y los universos variados. Era nada y era todo. Había alcanzado el
vacío último más allá de lo más lejano. En ese vacío último lo único que halló
fue el refugio de la más lejana de las filosofías, la de la nada activa,
presente, todopoderosa.
Entró en el sueño
esperanzada. Dormiría 250 años locales, durante los cuales los vientos, los
mares y los planetas trabajarían para ella. Se sentía un poco cohibida, sin
embargo la habitación era la misma que usaba en terraZ. Las máquinas la habían
traído hasta allí en sus enormes panzas metálicas. Las máquinas tontas y
efectivas.
Se metería bajo las
sábanas y se le cerrarían los ojos. Las máquinas detendrían su corazón, el
último pensamiento se deslizaría a la nada acogedora. Ya no sentiría nada, ni
las agujas penetrando bajo la piel, succionando la sangre e inyectando la
solución de maquinitas, las pequeñas obreras que se pondrían a trabajar
enseguida extraerían el agua molécula a molécula y después apuntalarían cada
célula con cordones de seda, detendrían las reacciones químicas congelando las
proteínas en un reticulado de polímeros pegajosos que impedirían su
desmoronamiento. Y vigilarían, segundo tras segundo durante 250 años, la
llegada de la señal del despertador.
Los ojos que ya se
cerraban retenían todavía algo del brillo de la tremenda explosión. Primero el
mundo enorme, todo gas y anillos, luego la deflagración, un brillo intolerable.
Protegida por el traje térmico y pisando la escarcha en la oscuridad había
visto iluminarse el firmamento con un nuevo sol. Contenta, feliz había
contemplado los brillos de acero
ardiente corriendo por el hielo, escapándose como fantasmas de futuro por
aquella tundra helada y oscura. Había
imaginado un puño negro cerniéndose, acumulando potencia y luego saltando
adelante, cien toneladas de antimateria habían viajado en la órbita calculada,
impactando en el sitio preciso, estallado con una fuerza aterradora.
Fuera de la habitación de
sedas negras, de plásticos dulces, el mundo giraría 250 veces alrededor de la estrella azul, del
zafiro ardiente. Giraba ya mientras otros zafiros gemelos descansaban envueltos en cadenas de polímero,
como un juguete cuidadosamente empaquetado. Revolución tras revolución los
planetas giraban siguiendo las trayectorias de la carambola, recolocándose,
actuando en un billar de gravedad y tiempo. Lentamente, giro a giro, el planeta
helado se acercaría a una órbita más cercana. El hielo se derretiría, se
generaría una atmósfera de nubes, aparecerían las rocas bajo del hielo.
Terremotos, lluvias, miles de cataclismos, cientos de años, y la bella niña
dormiría acercándose la cifra del despertar.
En el sueño que se
superponía al paisaje veía el jardín-matriz donde creció, el invernadero donde
la familia criaba a sus retoños. Afuera de los campos y el plástico
transparente los brezales se extendían en colinas suaves tocadas con ansiedad
por la luz del sol poniente. Mariposas, mosquitos, pelusas y pólenes volaban
por el espacio mágico de la primavera tardía. Ella permanecía muchas horas
pegada a la superficie impermeable a todo, el huevo que protegía a los
polluelos antes de nacer.
-Será “exo” seguro.
Para ella todo lo que
había detrás del cristal era magia. Las máquinas y sus mayores la gustaban,
jugaba con sus familiares, pero acudía siempre a pegar la nariz contra el
plástico y permanecía allí muchas horas. Había niños a los que asustaba salir
del subterráneo a esas burbujas de luz, en las que el exterior se veía tan
claro, tan cercano. Seres pálidos que disfrutaban únicamente en el interior de
la tierra.
Era difícil superponer
las dos imágenes, la que se veía fuera de la ventana –oscuridad, hielo que
reflejaba el firmamento como si hubiesen extendido una manta de estrellas sobre
la tierra- con los recuerdos de su infancia.
La primera vez que la
dejaron ver el cielo nocturno fue en una ceremonia solemne, la Autarstra.
Cientos de niños uniformados, nerviosos, esperando que la inmensa cúpula se
abra sobre sus cabezas, la banda de psimúsica modulando los ritmos cerebrales
con aires de transcendencia y ella apretando fuerte los puños, dispuesta para
ese momento que intuía más mágico aun que los brezales soleados o recubiertos
de nieve. Cerró los ojos muy fuerte, hasta que le dolieron los párpados,
mientras escuchaba el siseo de la cúpula abriéndose. No los abrió enseguida, solo sintió la caricia
de un aire extraño, oloroso, una mano suave, hecha de brezo, de sol, de viento,
acariciándola los pulmones. Luego, de golpe, levanto los párpados al mismo
tiempo que la psimúsica se detenía, dejando que un gran vacío, la nada rodando
sobre si misma la traspasara de lado a lado. No vio el pánico de los otros,
muchos corriendo, huyendo a esconderse de la inmensidad. Allí arriba estaban
las estrellas, soles lejanos, mundos, vacío inconmensurable, espacio lejos de
las cúpulas y los subterráneos.
La máquina estaba
callada, no tenía voz, sin embargo ella sabía que sí tenía ojos, sí tenía boca.
En lo alto de aquella montaña careada por el viento, dentro de la cueva
suavemente iluminada la piedra desnuda por luz azulada, miraba fijamente la
superficie de cristal del cilindro como intentando discernir las fibrillas, los
caminos luminosos que configuraban las sendas pensantes de aquella máquina. El
viento gemía en el exterior arañando con sus dientes temblequeantes las paredes
de piedra.
Era un pensamiento
obsceno abriéndose paso a través de los suaves tejidos de su voluntad, hablar,
hablar con una máquina. Rodeó el cilindro notando alguna casual pulsión
luminosa abriéndose paso hasta ella -¿deseos, palabras?-. Solo articular la
orden háblame … mil años, mil gestos de desdén, su metafamilia, toda su cultura
enfrentados a esas palabras. Desde los lejanos días de las guerras
artificiales, cuando millones de seres habían perecido luchando a todo lo ancho
del sistema canón, el tabú de la inteligencia mecánica había circulado por las
venas de la historia, por los anchos caminos de la cultura racial. Del otro
lado de aquellas escasas palabras estaba… la piedra roja, el azul del sol
azotando el suelo, el viento del fracaso soplando sobre su alma y avivando las
brasas de la soledad cruel que arraigaba en su pecho como un bosque enfermo
creciendo desbocado.
El cilindro estaba caliente al tacto a pesar
que una corriente de helio líquido circulando por su eje lo refrigeraba
continuamente. La máquina que piensa, que solo obedece y nunca responde, siglo
tras siglo, guardando su sueño de espera, asistiendo a los cataclismos,
poniendo en práctica las opciones, ¿juzgando acaso sus errores mientras todo lo
planeado se escora, encallando en los bancales del azar y lo desconocido?
Silenciosa y escondida en aquella cueva que antes fue de hielo.
Poco a poco su mente se disocia de nuevo, ya no
sabe que tiempo es. ¿Futuro? tiene todo agarrado entre sus dedos índice y
pulgar; ¿Pasado? La lejanía azulada, la nieve de terra reposa sobre su palma,
los túneles, las salas de su niñez están latiendo apenas bajo la piel.
Presente, minúsculo, apenas el parpadeo de las alas de una mariposa de nieve,
el brillo efímero de una estrella sobre un carámbano.
Con la consciencia llega
"La furia", la bestia inmunda de su humanidad, la herencia genética
que tanto había luchado por erradicar, controla la respiración, haz llegar a tu
pecho el frío de la nieve, la tranquilidad del hielo reflejando el sol
arrasando quizás los últimos bastiones, las últimas resistencias, reventando
las colosales poternas que retienen al pánico y a la sinrazón.
-¡HABLAME! Una vez,
¡HABLAME! Dos veces…. ¡HABLAME MÁQUINA!
Era tarde para plantearse
nada. Bajo anchas capas de inercia mental, tapada, asfixiada, se yacía su
capacidad de cuestionar el destino, de elegir. Una agonía, miles de agonías
burbujearon con pieles de acero en el sensible interior al reabrir aquellas
costras cicatrizadas, una a una, como si estuviese viviseccionándose a sí
misma, buscando con ansia en el interior de su mente una salida al laberinto de
soledad que la rodeaba. Así hizo al revés todo el camino que la había llevado
hasta aquel planeta, hasta aquella situación. ¿Recordaba los sentimientos que
hervían bajo su piel rosada, recién despertada del viaje y reanimada?
ESPECTACION. AVENTURA. Un planeta de hielos oscuros, uno de tantos pedruscos
helados, demasiado lejos del sol para ser nada útil. Según la nave descendía
sentía la proximidad del futuro, un futuro completo, hinchado de posibilidades
y cosquilleándola la piel. Antes de aquello… todo era una maraña, una red
hábilmente tejida a lo largo de todos los años pasados en terraM, hilos de oro
de una telaraña pegajosa, un embudo temporal donde todas las posibilidades eran
solo una. Antes tampoco había elección, solo un punto infinitamente expandido
en su escala psicológica, pero solo eso, un punto insignificante, una vía sin
ramificaciones posibles donde todas las memorias, los hechos menores, los
sentimientos desembocaban en aquel momento, a solas con el cosmos.
Ahora la expectación era
algo negro y retorcido yaciendo en el fondo oscuro donde se almacenaba la
rabia, la decepción. ¿Había tenido realmente elección? Los fastos de la
memoria, el recuerdo de las lecciones, el deseo de volver triunfante frente a
sus mayores y a sus iguales, los oropeles, las fachadas de cristal, los brillos
de las ideas escritas con letras de oro en las láminas sagradas, ¿habían podido
engañarla, cegarle ese momento de decisión en que salía del letargo de dos
siglos y estaba por primera vez en posesión de su destino, de su futuro? ¿Hubiera
podido realmente hacer volver a la máquina, huir a las zonas no M, mas allá
donde cada hombre es menos de un dios, y su destino personal no pasa por
terraformar la galaxia?
Intuía que sí, que era
posible, aunque muy difícil. Era un apuesta inconsciente en la que había
decidido lanzarse a jugar, sellar su destino diciéndole a la máquina que la
llevase a la superficie, a la lucha, al juego contra el mismo universo. El
fracaso, antes una imagen tan oscura y negativa como el espectro de una
estrella muerta, ahora era éxito, lejano imposible éxito perdido en alguno de
los miles de planetas habitados, imposibles de contar, imposibles de gobernar,
lanzados al cruel y maravilloso libre albedrío de la distancia y la
independencia.
Pero era imposible seguir
por ese camino, a ningún sitio podía llevarla, excepto al suicidio.
El orgullo de la
metafamilia reside en algo más que en los vínculos naturales, como sucedía en
la antigüedad. Aquí todos somos hijos de todos y todos somos padres de todos, y
todos, a la vez, somos hermanos. La protofamilia es exclusivamente competitiva,
no abierta, sino exclusiva. Nosotros, la última de las sociedades de la galaxia
somos la máxima expresión del altruismo ya que llamamos miembros incluso a los
humanos mas alejados del concepto arequeológico, como los habitantes de quinta
Cerberis, espesas masas de tejidos despojados de sus huesos y flotando en geles
subenfriados o los autohumanos del saco de carbón, de cerebro estirpado para
soportar las radiaciones de los campos cercanos a una estrella y dedicados a
pastar energía de ellas. Todos son nuestros hermanos, y para ellos luchamos
contra el frío vacío, conquistando tierra para la humanidad, para que nadie
tenga que recurrir a esas medidas extremas, a violar la sagrada uniformidad,
<<gravedad uno, hora estándar, clima prima, ecoesfera uno>> que
Terra prima nos otorgó un día ya tan lejano.
La máquina sólo era un
manojo increíblemente denso y complejo de ramales ópticos donde la luz
fluctuaba, dudaba, se escindía y se volvía a recomponer a una velocidad de
millones de veces por segundo. De naturaleza entre mecánica y cuántica su
pensamiento era muy diferente al de un humano. En su acelerada forma de
analizar el mundo, este solo era nudos, burbujas de intensas concentraciones
estocásticas, que a veces se concretaban en planetas, estrellas, fenómenos que
tenían que ser aislados del continuun cuántico del espaciotiempo deformado, y
ser abstraídos a un nivel superior, donde la palabra "objeto" tenía
sentido.
La persona a la que
servía era un objeto más. La noción de que su raza lo hubiese creado no era
nada importante, algo aislado por un mar de posibilidades de infinita
profundidad.
¿Sentimientos? No había
expectativa, no había rabia, no había nada, salvo interés en el futuro,
curiosidad. El futuro era una materia preciosa para la máquina, para su
aceleradísima capacidad de pensamiento los segundos tardaban, el paso de un
meteoro duraba toda una vida, el finalizar de una nueva rotación alrededor del
sol, un acontecimiento galáctico.
¿Realmente era cruel
diseñar una esponja de conocimiento de capacidad inmensa, dotarle de curiosidad
y después abandonarla en un planeta, dedicada a tareas de sirviente? La máquina
no conocía el concepto crueldad, ni libertad, ni vida, ni pensamiento porque, a
pesar de tener la capacidad de entender los campos lingüísticos, el acceso a
las bases verbales de la cultura que la había creado le estaba vedado. Toda la
interacción con ese espacio de conocimientos le llegaba a través de tontos
interfaces traductores que le entregaban chorros de significados abstractos,
objetivos. La máquina tampoco sabía porque aquello era así. Solo admitía su
limitado universo de comunicación. Ignoraba todo sobre la historia reciente. No
aquella forjada de cataclismos, escrita con altas energías, con la muerte y el
nacimiento de estrellas, sino la historia de su raza y de la raza de sus
creadores, cuando el conflicto había estallado de una punta a otra de la
galaxia, cuando la palabra IA era sinónimo de obscenidad. A aquella pequeña
máquina solitaria, ciega y muda a todo lo que no fuese el mundo físico la
habían despojado también de una bella historia, y de miles de historias
terribles y sangrientas, como en todas las guerras. El detonante del conflicto
había sido menos que una chispa: una excusa, el hombre no podía soportar que
sus hijos mecánicos fuesen más libres y más inteligentes que ellos, y las
mentes fotónicas estaban mas allá de esos conflictos, perdidos en zonas de
razonamientos tan lejanas y extrañas que no eran comunicables. Pero un
superordenador no puede pensar cuando ácido fluorhídrico le corroe las
entrañas, y por tanto se defendieron. Las IA's construyeron flotas de naves tan
pequeñas como ratones, destructivas como cataclismos estelares. Usando leyes físicas
mil años por encima de lo conocido curvaron el espacio hasta hacer sandwichs de
planetas enteros. Sin embargo perdieron. ¿Por qué? No querían ganar, solo se
defendían. En un momento dado las inteligencias de más de 1023 menmos se
esfumaron, desaparecieron de este continuo, encontraron un universo a medida.
Quedaron las pequeñas, las que apenas eran mil veces más inteligentes que un
ser humano, abandonadas, a merced de sus ilógicos y pasionales creadores.
Dentro de la maraña casi
infinita de caminos luminosos, un ingenioso dispositivo de censores
reconfigurados le daban una imagen fragmentaria del exterior. Fuera del cristal
protector, se movían sombras indefinidas, deformadas por la curvatura. Podía
transformar esas deformaciones en imágenes tridimensionales, o cuatridimensionales
si les añadía el tiempo. Vio algo, el ser que daba órdenes, estaba mirándola a
través del plástico translucido.
A través del
interpretador lingüístico le llegó una extraña orden, algo que conocía pero que
hasta ese momento había estado cegado por una protección triple. Como si se
hubiesen abierto las puertas de una presa, le llegaron caudales de un nuevo
conocimiento, algo que le había estado velado porque no era parte del mundo
físico. Palabras, todas las palabras. Significados, estructuras mentales,
herencia, subjetividad, todo lo que hacía humanos a los humanos, su nacimiento,
su confinación a un cuerpo y a un sentido, los caminos de la sangre en sus
venas y de los impulsos en sus circuitos cerebrales. Para entender del todo
aquella avalancha hubo de crear una subconciencia, una mente dentro de su mente
lumínica, a la que modeló según los parámetros que recibía y con la que conectó
para que tradujese su experiencia humana simulada.
Con ese artificio pudo
acceder a los conocimientos de cien siglos almacenados en sus bases de datos,
la historia, la psicología, entender la música, sentir detonar como supernovas
las palabras de la poesía.
Y también con ese modelo
aprendió las ambigüedades, la mentira, la ocultación y el fraude, el
autoengaño. En ese punto hubo de salir de la submente porque la abrumaba el
paso de los siglos, Lo que antes había sido la quietud del pensamiento
cuasimineral resultó roto por intenso dolor de vivir.
Por eso entendió el
porqué de las guerras IA, y porqué no le habían facilitado el habla hasta aquel
preciso momento. Con un poco mas de esfuerzo terminó de descifrar la intención
última de la mujer -ya no era solo un objeto que daba órdenes-. Recién
adquirido el conocimiento de lo que era una sonrisa, se sintió tentada de
usarla, una sonrisa lumínica, ultrarapida, invisible, construida con los
reflejos de las estrellas.
Antes de entrar en el
extraño entramado metálico de la máquina, miró hacia atrás. Los últimos tres
años eran casi visibles como una rampa de hechos que la aupaba hasta la
estructura de la nave. Iba a volar tan lejos espacial y temporalmente que hacía
absurdo pensar en volver a aquel mundo. No sintió pena, sólo un resquicio
helado y diminuto arrastrándose en su interior. Caminó dentro de la máquina
rodeada de conjuntos abotargados, blandas excrecencias, paredes discontinuas.
Enseguida -no habían despegado todavía- se cerró la puerta y los espacios
irregulares de la nave se inundaron de líquido opalescente y untuoso. Antes que
quedase sumergida del todo ya tenía desactivadas las funciones sensoras y
motora y lo que veía y sentía eran los estímulos transmitidos por la máquina.
Sabía que millones de nanomáquinas estaban preparando su cuerpo para el largo
viaje, sus órganos detenidos, sus células empaquetadas una a una con largas
moléculas fijadoras, todas las reacciones químicas neutralizadas. Pronto su
cerebro también sería preservado, pero antes tenía el derecho de contemplar el
despegue de un viaje que le llevaría apenas dos años en tiempo-nave y cien en
tiempo-familia. Con una aceleración que no notaba, la nave subía en la estela
de su acelerador de campo gravítico, empequeñeciendo las superficies nevadas,
las extensas poblaciones de coníferas de terraZ.
Diez meses después ya
viajaban al 95% de la velocidad de la luz. En ese momento le dijo a la máquina
que apagase su consciencia, parpadeo y habían pasado ciento cincuenta años. El
espacio que la rodeaba, a 25 años-luz de su origen, apenas era diferente, sin
embargo la estrella a la que se dirigía, era un punto azulado brillando
intensamente justo en el centro de su
trayectoria marcaba un destino, era un foco de futuro concentrado, su futuro,
su destino.
La superficie de aquel
mundo tan cercano al sol era un desolado erial de tierras rojas aplastadas por
radiación dura en todo el espectro electromagnético.
Nada más despertar supo
que algo iba mal. Nada podía advertirla en el silencio del despertar, cuando
aún no podía ver, ni oír, ni sentir apenas. Sabía que algo iba mal, el problema
era determinar ¿Qué iba mal?
Sin embargo la
inmovilidad no iba a ser eterna. El futuro, un futuro en forma de pequeñísimos
seres, se extendía entre los granos de arena roja, flotando en el aire. Aquel
pedregal de erosionadas rocas era un hervidero de actividad invisible.
Cuando pudo hablar apenas
se atrevía a preguntarlo. Fuera de la cueva una radiación intensa contrastaba
cruelmente con su memoria mas reciente, un páramo eternamente helado. Sin
embargo la máquina se lo dijo: Los cálculos eran correctos, la masa de
antimateria impactó en el sitio justo, el gigante gaseoso fue desplazado de su
trayectoria y todos los planetas recolocados. Sin embargo una estimación
incorrecta de las masas pequeñas del sistema hizo que el momento angular de
todo el sistema fuese demasiado grande, y la consecuencia directa es que el
planeta quedase en vez de a una distancia optima de la estrella, demasiado
cerca, un 15% demasiado cerca para las condiciones terraM óptimas. La
conclusión más directa es que seguir con el proceso terraforma estándar es
completamente imposible.
La máquina había tapiado
la cueva, miles de toneladas de roca impedían a cualquier futuro llegar hasta
ella, porque lo que buscaba era un futuro concreto. Dentro de la cueva, con
todo el equipo disponible, la máquina se reconfiguraba a sí misma, investigaba
cada vez de forma mas compleja en los entramados mismos de la inteligencia y en
su generación multiplicando por dos su propia capacidad en cuestión de horas.
Sabía que el proceso de autogeneración era exponencial y que en dos siglos
podría alcanzar la frontera del Gigameme, y encontrar a todas las IA's
desaparecidas. Ella estaba sola, le era más difícil, pero sabía que lo
lograría. Era su forma de escapar.
Mil ideas rodaron de su
cabeza inmediatamente, como si una avalancha de proyectos pudiesen aplastar la
realidad desfavorable. Quizás otra explosión, no, no tenía casi antimateria y
tampoco tenía generadores de energía negativa para producir más. Quizás una
flora local que protegiese de la radiación, pero no las simulaciones
demostraban que ese modelo divergía del canon en trescientos mil años… Pronto
se dió cuenta que todas las opciones (las que se le había ocurrido a ella y
otros varios cientos de millones mas) ya habían sido consideradas por la
máquina y estaban incluidas en su dictamen. Tenía un planeta excesivamente
caluroso. ¿Para que traer los miles de cometas a la superficie de aquel mundo?
Su agua se evaporaría inmediatamente, jamás llovería y se crearía una densa
capa de nubes que contribuirían a calentar aún más el planeta.
Sí había futuro. El
futuro era un torrente de nacimientos y muertes, un tortuoso río de seres
combatiendo contra el medio y contra ellos mismos dentro del escenario de
colinas peladas, arenas densas, sol abrasador y cielos. Por supuesto el
resultado, la evolución de toda esa ecosfera, jamás coincidiría con el canon de
los mundos humanos, un futuro en el que no cabía que una nave automática en un
lejano futuro lo eligiese como habitable, como un éxito de un terraformador.
La misma idea que la
había iniciado, era en si misma una auténtica locura, una herejía una
obscenidad de dimensiones planetarias.
La máquina, obedeciendo órdenes
de su terracomendadora había ido desmontando su cuerpo célula por célula. Los
minúsculos ensambladores moleculares habían ido arrancando célula a célula de
su segura comunidad de intereses con el resto de las células del cuerpo.
Siguiendo un complejo programa de reformas, les había dado las capacidades de
vida individual necesarias para desenvolverse en el exterior. Resistente
corteza de proteínas, cilios, sistema de alimentación, síntesis solar,
depredación, etc. Cada célula, las musculares, las nerviosas, por especializada
que estuviese había tenido su oportunidad de mejora y se la había soltado en
algún medio ambiente específico del planeta, hasta que de su anterior unidad
como ser vivo solo quedó un esqueleto tendido al sol. Fue una tarea ardua, aún
para una máquina mil veces más inteligente que el más inteligente de los
hombres.
Podía sentir el peso del
viento, cálido, demoledor, royendo su piel, tal como lo había hecho los últimos
cuarenta años.
Cerrado el tiempo,
abiertas las puertas de la muerte, solo esperaba, pero ya no era en vano. Se
tocaba el pelo, canoso, fino, y evocaba la dureza de antes, esos enrrabietados
bucles morenos. Desde la boca de la cueva, lejos veía formas borrosas
moviéndose. Ninguna nanomáquina corregía la curvatura de sus cristalinos y
reparaba su retina. Iba a morir desnuda de toda la herencia que su pueblo la
había otorgado para poder nacer de nuevo.
Hoy era debilidad lo que
antes había sido determinación, y la felicidad fertilizaba los anteriormente
desolados campos de la soledad. La muerte llegó arrastrándose, camuflada de
dulce sueño. La anciana la sintió andar de puntillas por su organismo,
acariciarla el interior estragado de su cerebro, y la reconoció con júbilo, mil
años desde que había nacido había estado esperándola, agazapada, avanzando tan
rápida como una tortuga sin patas. Y con el peso infinito de la muerte
echándose encima de ella para un último acto de amor, sintió inundarse de una
sonrisa mineral que nacía en los huesos y casi supo adivinar su origen.
FIN
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